Amayuelas de Abajo es el nombre de un pueblo palentino en el que echó a andar en los años 90 un proyecto agroecológico y de servicios que permitió generar empleo en el marco de una comarca afectada por la despoblación. Una economía rural que lleva los productos de la huerta, la granja y la panadería, a la mesa del restaurante del albergue “El patio de Amayuelas”, cerrando así el ciclo productivo y de consumo en el entorno de este pequeño pueblo que ha recuperado la vida.
Llegasteis en los 90 a este pequeño núcleo rural para devolverle parte de la vida que tuvo. ¿Cuáles son las causas profundas de la despoblación de la España rural?
La causa fundamental de la despoblación es el sistema de producción agraria. Pasar a una mecanización bestial, a una producción de materias primas para la industria agroalimentaria, hace que disminuya la población del campo en unas proporciones enormes.
Además, la pérdida de servicios elementales como la educación, la sanidad, pequeñas tiendas, bares… cuando en un pueblo se cierra el bar, que era el punto de reunión, y las tiendas, se muere. El comercio está vinculado al modo de producción general. La distribución de alimentación en grandes cadenas de supermercados ha hecho inviables en los pueblos a las pequeñas tiendas. Esto es un problema para mucha gente, que antes tenía el suministro garantizado en el pueblo, porque no tiene posibilidad de desplazarse. Las grandes superficies ofrecen mercancías por debajo del coste de producción, y esos precios no permiten a una pequeña tienda tener un margen para vivir. Yo creo que es un conjunto de cosas, no una causa única. Luego, claramente las políticas generales y autonómicas y locales, van en función de favorecer ese modelo de producción. Es un problema que va a más.
¿Cómo echó a rodar este proyecto? ¿Por qué se eligió Amayuelas de Abajo?
Por pura casualidad. Era un proyecto que había en la comarca de generación de empleo, en lo que se llaman los nuevos nichos de empleo. Eran los años 90, y aquí se planteó un servicio de ayuda a domicilio con una cocina y un servicio de lavandería y de limpieza. Buscando un sitio donde ubicar la cocina, encontramos una casa, que es donde está el albergue ahora, que tenía las condiciones que nos permitían montar esa infraestructura.
A partir de ahí, como vimos que había unas infraestructuras y unas construcciones tradicionales medio derruidas, algunas parcelas municipales las puso el ayuntamiento en colaboración con el proyecto, y este se hizo más amplio. El origen está en una actividad que se venía realizando en la comarca desde los años 80, siempre en esa perspectiva de buscar posibilidades de vivir en el medio rural, mantener el pueblo vivo con actividades complementarias a la agricultura, puesto que la agricultura mecanizada había echado en los 70 a la gente fuera. Después empezaron las diferentes fases del proyecto, siempre con una idea de producir también. Nosotros queríamos recuperar la producción agrícola y ganadera. Como no teníamos un terreno grande, nos centramos en recuperar el cultivo bueno. Nuestra producción es fundamentalmente hortícola. Comenzamos en una parcela pequeña y, con el tiempo, nos hicimos con otra más grande, que tiene cultivo y animales, para garantizar el autoconsumo propio (personal y del albergue) y conseguir estiércol.
Las personas que comenzaron este proyecto estaban vinculadas al movimiento campesino y cultural de esta comarca de Tierra de Campos. ¿Cuál es el estado de salud de ese movimiento a día de hoy?
Eso surge en los 80, con una vinculación bastante grande a los sindicatos que en aquel momento tenían fuerza. La entidad que lo dinamizó fue un movimiento educativo que se llamaba escuelas campesinas, en defensa del pequeño agricultor y de una agricultura con agricultores. En este momento, ese movimiento está muy tocado, fundamentalmente por falta de gente. Los sindicatos se han dedicado a mantener unas líneas de trabajo muy vinculadas con la Política Agraria Europea, si bien hay un sector, muy minoritario en algunos sindicatos, que está por la agricultura ecológica.
La Política Agraria Europea (PAC), ¿ha ayudado o ha perjudicado la economía rural?
Es difícil dar una respuesta genérica. Mi opinión es que la PAC ha perjudicado mucho al modelo agrario. Lo que pasa es que el pequeño agricultor, como se ha beneficiado un poquito de estas ayudas, que fundamentalmente están pensadas para un modelo de explotación que tiene que ver más con las grandes propiedades, eso le ha permitido subsistir. Pero a quienes ha beneficiado fundamentalmente ha sido a la gente que no produce, que no vive de la agricultura. Y aunque en este momento se han dado algunos pasos en apoyo al agricultor que realmente vive de la agricultura, son pasos muy tímidos.
Nosotros no recibimos ayudas de la PAC ni por practicar agricultura ecológica. En este momento, estamos trabajando de forma autónoma, sin subvenciones para la agricultura ni para la ganadería. En extensiones pequeñas, las ayudas son una miseria; además, la burocracia que tienen te complica más la vida que ayudarte. Nuestra filosofía es que las ayudas deberían ir destinadas a las personas que, por su situación, no pueden vivir sin apoyo. Si fuera así, se podrían llevar a cabo más pequeños proyectos.
Una de las señas de identidad de vuestro proyecto ha sido la bioconstrucción. ¿Ofrecéis también cursos de formación en los que enseñáis estas técnicas?
Detalle de una de las viviendas del proyecto Amayuelas de Abajo, construidas con adobe, tapial y ladrillo. Cuentan con instalación fotovoltaica comunitaria, energía solar térmica para el agua caliente sanitaria y calefacción de “gloria”.
La bioconstrucción tuvo más fuerza en otro momento. Ahora lo que hacemos es practicarlo en la medida que podemos, como por ejemplo la cuadra de las ovejas o la caseta de las herramientas, pero no es nuestra actividad principal. Aunque si se recuperase la actividad formativa, se podría dar. Nosotros preferimos centrarnos, en este momento, en la producción y transformación de alimentos.
Actualmente, nuestro centro agroecológico de Amayuelas gira en torno a la finca, el albergue-restaurante y la panadería. Nuestra idea es que –a ser posible– se produzca, se transforme y se consuma en lo más próximo, que es precisamente de la huerta, la granja y la panadería, a la mesa. Y en la medida que sea necesario, ir abriendo grupos más amplios, como los grupos de consumo. Nuestra idea es cerrar el ciclo y que el valor añadido se genere en ese ciclo.
¿Qué tipos de pan elaboráis?
Trabajamos con trigos antiguos, espelta, florencia aurora, candeal… y centeno, producidos por agricultores ecológicos de la zona. Se elabora exclusivamente con masa madre, con fermentaciones lentas, y se cuece en horno de leña. Así obtenemos un pan de gran calidad y muy recomendable desde el punto de vista nutricional.
¿Por qué crees que se han ido perdiendo las técnicas y materiales tradicionales de construcción (adobe, tapial, entramados, bloque de tierra compactada, enfoscados)?
La respuesta que te puedo dar es muy genérica. El modelo de construcción que se ha implantado en las ciudades es más complicado de llevar a cabo con tierra. La construcción con tierra necesita unas paredes de mayores dimensiones, y en las ciudades se va a sacar el máximo rendimiento del terreno, así que no se respeta la orientación más adecuada desde el punto de vista bioclimático. Otro aspecto es que el adobe, por ejemplo, se realiza de forma manual y lenta; y con el desarrollismo se va a una construcción más rápida. Luego, todo eso se adorna con un criterio cultural; se dice que las casas de tierra no son resistentes, que es cosa de pobres, y eso no tiene que ver con la realidad. Aquí, en Tierra de Campos, quedan miles de viviendas habitadas que están construidas en tierra, algunas incluso centenarias. Si tienen los cimientos saneados y están libres de goteras, una casa puede durar incluso más que una de ladrillo.
Los materiales naturales, comparados con los industriales, suponen un importante ahorro energético en su fabricación, dado que no han tenido que someterse a temperaturas muy elevadas. El adobe y el bloque tienen un coste energético mínimo. Además, la climatización es mucho más económica. En nuestro albergue, no necesitamos aire acondicionado en verano; y en invierno, gracias a la inercia térmica se mantiene una temperatura interior agradable con muy poco aporte de calor.
Otra cosa muy importante es utilizar el material que hay en el entorno. Aquí se construía con tierra porque es lo que había. Si hubiese piedra, lo lógico sería construir con piedra; y si tuviésemos bosques frondosos, con madera. Lo que no tiene sentido es traer los materiales de lugares lejanos.
Apostáis por la agricultura ecológica con semillas locales. ¿Contáis con algún tipo de apoyo institucional?
Nosotros usamos semillas tradicionales, en primer lugar, porque es un bien de la humanidad que hay que mantener. Es una pena que, cuando muere un agricultor, se muera una serie de saberes sobre el mantenimiento de unas semillas para poder traspasarlas de unos a otros, como ha venido sucediendo durante miles de años. Segundo, porque queremos recuperar variedades que están mucho más adaptadas al entorno que las variedades híbridas que se están utilizando, que no tienen las características organolépticas de las tradicionales. En tercer lugar, porque creemos que es un elemento de defensa del patrimonio y de testimonio de lucha, frente a la gente que muchas veces desconoce la problemática que tenemos con las grandes empresas comercializadoras de semillas, que es el primer eslabón para controlar la alimentación mundial.
Tenemos un palomar reconvertido en exposición de semillas, que tiene un gran valor didáctico, pero la conservación la hacemos en cámaras frigoríficas para que conserven su poder germinativo. La multiplicación de las semillas, por ejemplo, requiere mucho tiempo y tiene su complejidad, porque hay que efectuar un seguimiento de la planta y hacer una buena selección para evitar cruces. Es un trabajo absolutamente voluntario, que nos cuesta tiempo y dinero. Y salvo ciertas colaboraciones con alguna universidad u organismo públicos, no cuenta con ayuda de administraciones en cuanto al mantenimiento y multiplicación de semillas.
Definís el pueblo-escuela como talleres educativos de acercamiento a la vida campesina. ¿En qué consisten?
En este momento, nos interesa dirigirnos a grupos o colegios que trabajen este tema y que vengan con interés en la agroecología. Hemos tenido épocas en que han venido colegios a pasar el día, con experiencias más o menos positivas. Preferimos negociar con cada colegio lo que quiere hacer con los chavales ese día. Pero nos interesan grupos de chavales de los últimos cursos de Primaria y de Secundaria, que puedan comprender mejor lo que estamos haciendo aquí, ya que no pretendemos ser la típica visita a granja-escuela.
Buscamos un modelo como el que tenemos con una organización americana que nos visita todos los años, que trae un grupo de chavales adolescentes que pasan una semana aquí. También el modelo que hemos empezado a trabajar con una escuela Waldorf de Las Rozas (Madrid), un grupo de 3º de Secundaria que pasa también una semana con nosotros. Eso permite otro contacto. Hemos trabajado también con el CRIE, en un trabajo de recuperación de saberes, porque tenía el entronque en un ámbito más amplio. Estamos dirigidos a centros que quieran tener una actividad más profunda.
Todos estos conocimientos y saberes, la cultura popular, ¿se han perdido completamente?
Los conocimientos tradicionales, lo que significa el saber hacer, se ha despreciado porque parecía que las nuevas tecnologías y formas de hacer desbancaban todo lo anterior, que no valía para nada. Sin embargo, si montas un huerto, por más libros que leas y programas que sigas, si no hay una persona que te transmita el saber cultivar no hay manera de que aprendas. Desde la elección de la semilla hasta la cosecha, son muchos pequeños conocimientos que solo se transmiten y se aprenden de unos a otros.
Con los saberes tradicionales, hay a veces una recuperación folclórica en los museos etnográficos, pero el saber hacer vivo se ha ido dejando morir. Nos parece interesante recuperarlo, pero de forma viva, que siga siendo válido hoy. Nosotros, cuando recuperamos las semillas, no solo lo hacemos para tener un museo de semillas; si recuperamos una variedad de un pueblo de Zamora que nos gusta, lo que pretendemos es que se siga cultivando ese tomate y se consuma hoy. Si recuperamos el saber hacer de la construcción con tierra, es para que se construya con este material, no solo para hacer un curso o un congreso. Es un valor que tiene que ser válido para este momento; de lo contrario, no merece la pena recuperarlo.
En este momento, hay un amplio conjunto de saber sobre agricultura ecológica. Hoy hay mucha investigación y podemos transmitir ya experiencias que nada tienen que ver con lo que nos encontramos cuando empezamos.
¿Qué opináis del fenómeno de los neorrurales? ¿Tiene futuro?
Habría que diferenciar grupos muy distintos. Hoy en día la televisión está llena de programas de gente que se vuelve al pueblo, porque montan un pequeño negocio y funciona. Hay otras personas que vuelven al pueblo porque están cansados de la ciudad y tienen una visión idílica del pueblo porque han estado de visita, en fiestas o en eventos puntuales. Y hay gente que va a un pueblo porque puede trabajar desde allí, ya sea con trabajos de artesanía, arte o cualquier tipo de trabajo. E incluso gente que se vuelve al pueblo para incorporarse a un proyecto agrícola o ganadero, aunque esos son los menos. Y es que producir en agricultura y ganadería es costoso y muy arriesgado, ya que no tienes garantizado nada.
Muchos proyectos neorrurales son flor de desierto, con mucha ilusión al principio. Pero empiezan a surgir dificultades de muchos tipos: contraste con la vida que llevabas antes y ahora echas de menos, problemas económicos, problemas relacionales… y todo eso, que es la vida misma, echa para atrás a mucha gente. Hay tal diversidad de proyectos que se han iniciado que es muy difícil decir todo esto tiene futuro y todo esto no. Lo que creo es que depende mucho del ánimo y la disposición: si tienes ganas de tirar para adelante, si estás convencido de que lo que vas a hacer te gusta y te vas a predisponer a salvar las dificultades con las que te vas a encontrar, puedes tener futuro. Lo que se necesitan son unas condiciones mínimas; el proyecto tiene que estar adecuado al entorno en el que te encuentras. Por ejemplo, en la zona en la que nos encontramos el tiempo de huerta es muy limitado; gracias a los invernaderos, podemos hacerlo más amplio. Hay que poner los pies en la tierra y ser muy conscientes de lo que queremos hacer, superando las dificultades del día a a día, yendo poco a poco.
Algo que es fundamental es la relación con otras personas y con otros proyectos. Nosotros podemos autoabastecernos de muchas cosas porque tenemos relación con agricultores ecológicos cercanos y unos suministran trigo para el pan, otros legumbres, otros aceite de girasol; todo eso permite sobrevivir.
Es difícil saber cómo va a ser el futuro. Tampoco hay unas medidas claras que favorezcan que la gente se reincorpore al pueblo.
En este momento, yo estoy bastante desvinculado de los movimiento neorrurales; no participamos casi nada en ellos, entre otras cosas por falta de tiempo. Si a través de esta relación con la asociación de productores, como a través del sindicato, sí que estamos en conexión con más gente, pero de cara a opinar tampoco sabemos realmente cómo van los proyectos. Es difícil saber cómo va a ser el futuro. Tampoco hay unas medidas claras que favorezcan que la gente se reincorpore al pueblo.
Para entrar en agricultura convencional se requieren unas inversiones enormes y hay una dificultad fundamental de acceso a la tierra. Es muy difícil que alguien se incorpore aquí a producir agricultura o ganadería, porque el terreno está muy limitado y, para pequeños ganaderos y pastoreo, no es suficiente para vivir de ello. Me imagino que lo mismo pasa en otros pueblos, que no hay para un proyecto productivo que permita vivir a la gente. Es una situación difícil. Se da la paradoja de que no hay, al menos en esta comarca, una sola hectárea por cultivar, incluso si el agricultor no vive aquí. Cuando algún agricultor se jubila o se muere, no hay reemplazo, sino que alguien de los que ya están cultivando coge ese terreno.
¿Hay una burbuja en la agricultura?
No sé si se puede hablar de burbuja, pero el modelo agrario va hacia extensiones cada vez mayores, más mecanización y menos personas trabajando. Lo que está claro es que la agricultura convencional es insostenible, porque ya en julio hemos acabado con los recursos que puede darnos el planeta, pero desde esa visión global a luego lo concreto, es muy difícil convencer a un agricultor de que de los doscientos y pico caballos que tiene su tractor le sobra la mitad. Desde la industria y desde la administración, lo que se está diciendo es que hay que hacer explotaciones rentables, modernas; y eso se traduce en mover cantidades enormes de dinero en los insumos y en la inversión, pero luego hay que ver qué beneficio hay entre lo gastado y lo producido.
Se financia la modernización de maquinaria y se compran tractores cada vez más modernos y aperos cada vez más grandes, y eso requiere parcelas mayores. Se piden reconcentraciones parcelarias, se va a modelos de empresas de trabajo agrícola cada vez más potentes, con máquinas que solo son accesibles para grandes empresas. Todo es un ciclo que lleva a una situación que cada vez imposibilita más que entre gente nueva; solo se incorporan como nuevos agricultores algunos hijos de agricultores, que tienen ya montada una parte de la explotación y pueden trabajar con ella. Además, la tierra se vende carísima y es difícil de adquirir. Incluso industrias y gente de otros sectores está adquiriendo tierras como patrimonio.
Hay empresas de servicios agrícolas que trabajan estas tierras para los propietarios. Es algo que va a más y está haciendo que los precios de los terrenos estén desorbitados.
El agricultor se aleja del ciclo producción-transformación-consumo y se ha convertido en una pieza de ese tramo del ciclo, que compra una semilla, produce y vende a la industria. Después, con lo que le pagan va a la gran superficie o a la tienda y compra los alimentos. Yo creo que cuando el agricultor sembraba la semilla y tenía que alimentar a los animales de lo que producía, y hacer el pan con el trigo que producía, le interesaba que todo eso estuviera en equilibrio y que el trigo fuese bueno, porque era el que luego iba a comer. Cuando al agricultor lo único que le interesa es sacar la cantidad mayor posible de producción, porque eso es lo que le va dar más dinero, ya le importa muy poco si el suelo es fértil y la tierra se degrada, porque busca el beneficio inmediato.
Eso es lo que realmente aleja del ciclo productivo del agricultor que cuidaba la tierra, y sabía cuándo tenía que dejarla descansar y qué tenía que cultivar para que la tierra estuviese viva y productiva. Cuanto más jóvenes son los agricultores, más van a ese modelo de sacar el mayor rendimiento en el mínimo tiempo posible; y si la tierra se le agota, le echa abono; y si le ataca una plaga al cultivo, utiliza plaguicidas. Es una dinámica que está muy lejos del modelo de producción de la agricultura ecológica.
¿No son entonces conscientes de que ese modelo lleva al agotamiento de la tierra?
Como le echan cantidad de abono y sale cantidad de trigo, es muy difícil hacerles ver que están estropeando el suelo. Si se analizaran las tierras cada cierto tiempo y se viese cómo están de materia orgánica, lo verían, pero cuando hablas con agricultores jóvenes de aquí ves que su única idea es cultivar, abonar y sacar kilos. Entonces, no le puedes convencer de que roten, de que dejen descansar la tierra, porque como el efecto inmediato les da la razón, están contentos y no analizan más. El asunto es cómo hacerles ver que con esos kilos producidos, su tierra es menos rentable que la parcela que yo cultivo.
Desde vuestra experiencia, ¿qué errores de los que habéis cometido creéis que pueden serles útiles?
Uno de ellos es entrar en un sitio haciendo mucho ruido. Cuando nosotros comenzamos, contamos con un apoyo del proyecto LEADER. Y dimos mucha publicidad porque si no haces ruido y no sales en los medios, las administraciones no te hacen caso. Ahora preferimos ser más silenciosos, hasta tal punto que algunas personas creen que Amayuelas ya no existe.
El problema de muchos de los proyectos que comienzan es que se les da mucha publicidad y luego la realidad es muy dura. Son como plantas que crecen con mucha fuerza y luego vienen el sol y las agosta. Muchos empiezan con tanta fuerza que parece que se van a comer el mundo, y luego el mundo se los come a ellos. Porque aguantar es muy difícil, es resistir día a día y dar pequeños pasos, consolidando, y eso no es llamativo.
Otro error –que tiene su parte positiva, por decirlo de alguna manera– es atrevernos con cosas para las que no estamos preparados. Esto suele producir un coste mayor. Nosotros, por ejemplo, comenzamos a construir con tierra sin tener ni idea, y aprendimos sobre la marcha; eso, que fue un valor por la valentía y la intrepidez, tiene la contrapartida de un coste mayor por los errores que cometimos.
Visto desde ahora, te das cuenta que si hubiésemos tenido la formación que tenemos hoy, algunas cosas las hubiésemos hecho de otro modo. Lo que ocurre es que no puedes estar formándote 15 o 20 años, porque entonces se te pasa y no lo haces. Es mejor empezar por pequeñas cosas y después ir ampliando. Creo que todo proyecto tiene que tener una visión más o menos global de a dónde quiere ir y, en la medida que se pueda, ir haciendo siempre pensando en la siguiente fase.