«El mundo no lo va a cambiar el buenismo, sino el talento»
¿De qué modo la plataforma Slow Fashion Spain divulga al consumidor la importancia de vestir prendas creadas a partir de materiales sostenibles?
Slow Fashion Spain está trabajando con empresarias en tres áreas. La primera es la formación: hacer que conozcan los criterios básicos e importantes. La segunda, la divulgación: informar al diseñador y al consumidor. Y, por último, el networking: poner en contacto a la gente que ya está trabajando con estos conceptos con el diseñador que está empezando en lo sostenible. El diseñador es la figura que puede estimular el consumo de prendas sostenibles. Su marca puede tener un valor diferenciador con estos criterios.
¿Qué porcentaje de las prendas que se venden en nuestro país pueden calificarse como “sostenibles”?
Eso es muy difícil. Este movimiento es emergente, está empezando y, además, en nuestro país el textil está muy pervertido. Somos la cuna de varias de las cadenas textiles mundiales, como por ejemplo Inditex, Mango, Cortefiel o Desigual. Este mercado tampoco tiene una conciencia especial por la sostenibilidad. Entonces, las marcas que están empezando son casi héroes. Nos falta estructura, y eso es un poco lo que pretende crear Slow Fashion Spain, fomentar la interacción para que esa cultura se dé.
¿Estamos concienciados los españoles de que tenemos que consumir de una forma más responsable?
En lo que es ropa, yo he visto bastante cambio en los tres últimos años. Hay campañas, a partir de situaciones tan terribles como lo que sucedió en el Rana Plaza de Bangladés el año pasado. Por esa parte social, se ha despertado bastante conciencia. El problema es que si no conozco otras alternativas, y las pocas que hay no tienen fuerza, pues me compro la prenda y ya está. Es normal que el consumidor funcione así y no debemos juzgarle. Sí que hay un mínimo de gente muy concienciada que va buscando este producto, pero no es el generalista.
Ha habido campañas muy buenas como Ropa Limpia y Detox, que hay que apoyar. Pero las compras se utilizan como válvula de escape y, unido al momento tan duro que tenemos, si alguien puede comprarse varias camisetas por cinco euros, pues lo va a hacer. La información que yo estoy dando no llega aún a ese tipo de consumidor. Lo que sí existe es una corriente que la consultora internacional TrendWatching ha llamado “consumo sin culpa”, que lo que yo haga como consumidor no influya de manera negativa. Me parece muy interesante como tendencia masiva, que los diseñadores pueden adaptar fácilmente. Son prendas más caras, de algo más de 20 euros, que te compras y te permiten irte tranquilo a casa, porque se han producido con unos estándares éticos, se ha cuidado el medio ambiente y respeta las condiciones de trabajo de quienes las han fabricado.
¿Qué opinan de la sostenibilidad las grandes empresas fabricantes? ¿Notáis un cambio de rumbo?
Hay una mayor conciencia y cultura medioambiental. Estas cosas se tienen que vivir desde la escuela. En los países del norte de Europa se da más que en los países del sur. Yo creo que la clave es cambiar el foco, ir hacia una economía circular que lleve a las empresas del producto al servicio, que cuando se ponga un producto en el mercado se recoja al final de su ciclo de vida. No se trata de salvar el mundo, sino a nuestra especie.
¿Existe algún tipo de sello fiable para que el consumidor pueda identificar las prendas que han sido elaboradas de un modo sostenible? ¿Crees que serviría para algo?
Las marcas que producen ropa sostenible están creando productos que tienen un valor añadido, que es no contaminar. Un sector clave es el de la ropa para niños. Ellos, a diferencia de nosotros, han nacido en un mundo lleno de químicos, que les afecta a muchos niveles. El consumidor tiene que entender que estas marcas nos dan una respuesta que nos beneficia, y que son el eslabón que necesitamos para que esto salga adelante.
¿Te alimentas de forma ecológica?
Sí, pero llevo una vida muy ajetreada y no siempre estoy en casa para recibir la caja de productos ecológicos, por lo que ahora consumo en las tiendas del barrio, aunque no todo lo que encuentras en esas tiendas es ecológico. Soy vegetariana y conozco muy bien lo que es la alimentación ecológica, pero a veces es difícil conseguir que todo lo que comes sea ecológico.
¿Por qué crees que no está más extendido el consumo de productos ecológicos en España?
Yo creo que no es cómodo encontrar estos productos habitualmente. Para mí, hay herramientas que no se están utilizando para hacer llegar esto a un mercado más masivo. Leo un montón de libros, pero tenemos que ser conscientes de que el mercado es el que es, que la gente quiere comprar productos que creen una imagen. En este sector, en mi opinión, hay una creencia de que el dinero es algo sucio, un cierto buenismo que no consigue ilusionar a los clientes. Para ello hace falta talento y trabajo, conocer cómo piensa el consumidor, crear mercados y buscar nuevos caminos.
¿Cómo es un día cualquiera de trabajo para Gema Gómez?
Trabajo incluso los fines de semana, no paro de viajar. Doy clases en la Universidad, charlas en diferentes partes de España y América. No tengo un día normal, una rutina establecida. Y además, soy madre, con lo que me considero más bien una acróbata.
¿Existe la etiqueta ecológica para la ropa?
Sí. La más conocida es la GOTS (Global Organic Textile Standard). Es la que más me gusta, porque creo que es la más potente a nivel mundial y la que utiliza criterios más interesantes.
¿Crees que tiene el ciudadano medio español suficiente información para optar libremente por reducir el impacto de sus actividades?
Es posible que tenga información, pero no se crea cultura. Para mí, hay una diferencia. Pienso que es un esfuerzo que debemos todos. Si cada uno echa balones fuera, si no hacemos nuestra parte, esa cultura no se va a crear. Los mensajes son muy confusos.
¿Cómo imaginas el futuro del planeta en la próxima década?
Yo lo imagino positivo, por eso estoy haciendo todo esto. Yo creo que las nuevas generaciones tienen mucho talento, carecen de todos los prejuicios que tenemos los más mayores. Para mí, el mundo no lo va a cambiar el buenismo, sino el talento. Los niños que están naciendo ahora, pertenecen a familias que potencian ese talento, ese desarrollo, y esto es lo que va a cambiar el mundo. Mi hijo me conecta mucho con la vida; también los chavales a los que doy clase. Sé que son ellos los que van a empezar, los que están haciendo cosas muy creativas. Y empieza a haber estructuras que apoyan esa creatividad. El cambio lo van a hacer ellos, lo que pasa es que los dinosaurios de las administraciones no permiten que esto se desarrolle.
¿Qué podríamos hacer para reducir el impacto de la fabricación, uso y desecho de estos artículos?
Hay una corriente que se llama upcycling. Para mí, esta es una solución alternativa, de final de tubo. Nos permite alargar la vida de materiales que, de otro modo, irían al vertedero o a la incineradora. Es una solución intermedia. Pero creo que el camino pasa por una economía circular, pasar del producto al servicio, y responsabilizar a la empresa de los materiales. Hay materiales que pueden aprovecharse, como los posos de café que se utilizan para cultivar hongos; pensando en ese tipo de economías, que el residuo de uno es materia prima para otro, creo que se puede conseguir.
En una prenda, la mitad del impacto se produce en la fabricación y la otra mitad en el uso. Creo que hay que concienciar a la gente para que lave solo cuando la lavadora esté llena, con menos temperatura, con detergente ecológico y secar la ropa al aire. Creo que esta pedagogía también hay que hacerla.
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