Espacio Invitado:
Jaume Ferret, comercial de Et Posem Verda

Vista cenital de la azotea verde de la escuela Pérez Iborra, en Barcelona
Subir a la azotea. Me pregunto cuándo fue la última vez que subió a la azotea de su edificio. ¿Hace una semana? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Quizá cuando se estropeó la antena o el aire acondicionado? Espero que no fuera por goteras o humedades… a lo mejor fue durante el confinamiento, para poder salir a ver el cielo o tomar un poco el fresco… Sea cuando sea, no pensó ¡qué lástima de espacio tan desaprovechado!
Creo que fue Le Corbusier quien llamó a la azotea “la quinta Fachada”, esa parte del edificio que nos protege del sol y de la lluvia, y que antes de inventarse las secadoras, incluso era utilizada para tender las sábanas, en cambio ahora… bueno, sigue ahí, cumpliendo su función principal y poco más. Bueno, sí hace otra cosa: los materiales constructivos de que está formada (cemento, ladrillos, vigas, tejas,…) reciben y acumulan el calor del Sol. La energía térmica se acumula en estos materiales de construcción y se va liberando durante el día, especialmente de noche, cuando la diferencia de temperatura entre la azotea y el aire es mayor, haciendo que la temperatura de la ciudad aumente entre 2 y 10 ºC respecto al entorno periurbano (entorno no construido). Este efecto de llama “efecto isla de calor urbano” (UHI por sus siglas en inglés).
Teniendo en cuenta el aumento global de la temperatura provocado por las actividades humanas y que en 2050, un 70% de la población mundial vivirá en ciudades, parece que vamos a pasar un poco de calor. Por no hablar de la concentración de contaminantes (NOx, micropartículas atmosféricas,…) que afectan directamente a nuestra salud. Y si para mitigar este aumento de las temperaturas vamos a usar más aparatos de aire acondicionado, entraremos en un bucle de difícil solución…
No sé quien fue el primer loco que pensó en plantar vegetación en los desiertos de cemento que son las azoteas, pero ya en los años 80 del siglo pasado se construyeron algunos edificios con vegetación en la cubierta, en Alemania. Las técnicas y materiales utilizados se fueron perfeccionando y ahora ya podemos hablar de unas cubiertas que no retienen el calor del sol, retienen agua de lluvia, captan CO2 y emiten O2, proporcionan hábitats para aumentar la biodiversidad urbana, captan contaminantes atmosféricos (NOx y micropartículas), aumentan la eficiencia energética del edificio (aportando aislamiento térmico y ahorrando en energía para climatización), aumentan el valor de las viviendas u oficinas del edificio: las llamamos CUBIERTAS VERDES.
Debido a la gran dificultad y coste económico de construir nuevas zonas verdes en las ciudades, transformar las terrazas o azoteas de los edificios ya construidos en lugares donde crezca la vegetación se ha convertido en una opción muy realista y factible para compensar las carencias y problemas causados por las construcciones tradicionales y la actividad humana en las ciudades. En la “Guía de azoteas y terrazas verdes de Barcelona”, publicada en 2014 por el Ayuntamiento de Barcelona, se calcula que unas 1.700 hectáreas de cubiertas podrían ser susceptible de alojar vegetación, o sea, de convertirse en cubiertas verdes. Si eso fuera realidad algún día, la temperatura de la ciudad bajaría unos 2 ºC, habría más del doble de m2 de espacios verdes por habitante y los niveles de contaminantes atmosféricos se reducirían drásticamente.
Y todo esto sin ningún coste de oportunidad: no tendríamos que renunciar a tener todos los servicios que ya tenemos actualmente, una de las mejores características de las ciudades densas, habituales en España.
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