Arquitectura comprometida

en septiembre 25 | en Noticias Destacadas, Protagonistas | de | con Comentarios desactivados en Arquitectura comprometida

Laura García Fernández está al frente del estudio de arquitectura ArktPlus. Afincada en ibiza, esta arquitecta y filósofa, comprometida con la sociedad y el medioambiente, investiga cómo diseñar espacios que aporten más libertad y bienestar a la vida de las personas. En esta entrevista, nos aporta su punto de vista como arquitecta en el contexto actual de crisis energética, terreno en el que ofrece soluciones de rehabilitación de viviendas.

Laura García Fernández, arquitecta especialista en políticas de rehabilitación de vivienda y eficiencia energética en la edificación.

¿Cuál ha sido tu evolución como arquitecta?

Soy una arquitecta con veinte años de profesión. Estudié en Barcelona y comencé mi trayectoria en diferentes espacios de Cataluña, donde trabajé durante algunos años. Después me desplacé a Zaragoza, donde estuve trabajando diez años. En esa ciudad realicé un máster en ecodiseño y eficiencia energética, que es lo que me puso en la línea de la sostenibilidad.

Durante mis años en Zaragoza, participé del boom inmobiliario y no era consciente de lo que significaba la sostenibilidad. Al hacer el máster, empecé a ver que el sector de la construcción era bastante perjudicial para el medioambiente y empecé a indagar en otras formas de construir. En ese momento, hace unos diez años, inicié un giro con Arktplus, que es mi estudio de arquitectura.

¿En qué ha consistido ese giro?

Al principio, sólo intentaba mejorar la sostenibilidad en obra nueva. Pero a partir de 2018, investigando sobre la transición energética, defiendo que la clave está en la rehabilitación. Creo que no estamos haciendo las cosas bien. Necesitaba tener más información y construirme un imaginario de como debería ser un futuro sostenible. Me abrieron los ojos varios autores y autoras como Carlos Taibo, Yayo Herrero, Antonio Turiel, Jason Hickel o Santiago Muíño. La crisis climática y el declive energético nos pueden llevar al colapso.

Estuve un tiempo sin saber cómo reaccionar ante eso, bloqueada, sin saber cómo actuar. Yo ya estaba trabajando en arquitectura sostenible, pero cuanto más profundizaba, más detectaba el “greenwashing” que hay en el mundo de la arquitectura. Era incompatible seguir en esa línea y tuve una experiencia que me hizo dar el “clic”.

Una de las obras de rehabilitación realizadas en Ibiza por Laura García Fernández

¿Qué pasó?

Había finalizado la obra de una segunda residencia para una pareja de extranjeros en Formentera. Una casa unifamiliar en el campo, que iban a disfrutar un par de meses al año como mucho. Ahí mi cabeza hizo clic: “esta es la casa más sostenible que has hecho nunca (con criterio bioclimático, integrada en el paisaje, autosuficiente en energías renovables, etc.), pero en realidad es un edificio de nueva construcción, en un suelo rústico, al que los clientes llegarán en coche después de coger un avión y un barco. Todo para pasar unos días en un suelo donde debería haber agricultura.

Como arquitecta he sentido la imperiosa necesidad de crear mi propia definición de sostenibilidad. Se puede construir más o menos sostenible, con una altísima eficiencia energética, pero construir ya es en sí misma una actividad que genera un impacto importante, no solo en el elemento que estás construyendo sino también porque condiciona el tipo de movilidad que se va a derivar de ese planteamiento. También hay otras cuestiones como el tener no solo una segunda residencia, sino una tercera, cuarta o quinta, como se da en Ibiza. Mi enfoque es, por tanto, rehabilitar; porque considero que es lo más sostenible.

¿Crees que se está realizando la transición hacia una construcción más sostenible?

Desde los años 60 se ha mirado hacia otro lado, se ha configurado una sociedad que da la espalda a los límites del planeta. Esa es, para mí, la explicación de que no hayamos estado especialmente concienciados de lo que supone agotar los recursos. Vivimos en una sociedad que ha estado basada en la abundancia de combustibles fósiles y la energía barata. Se perdió el vínculo con la arquitectura vernácula, que tenía un fondo sensato de cómo construir y vivir con poca energía. Las exigencias de confort eran mucho menores, pero térmicamente las casas antiguas funcionan mejor que las que hemos construido desde los 60 hasta más o menos el cambio de siglo.

En España se construyó muchísimo por la migración del campo a la ciudad. La primera normativa térmica no apareció hasta 1979, con motivo de la primera crisis del petróleo. Solo a partir de 2006 se ha producido una mayor concienciación y regulación sobre el aislamiento térmico de las edificaciones. Esa carencia y laxitud normativa, ha permitido viviendas que en realidad son espacios duros, inhóspitos y con mal comportamiento térmico. La necesidad de cubrir la migración y la posterior especulación durante la burbuja inmobiliaria ha llevado a aceptar casi cualquier cosa. El resultado es que tenemos un parque edificado que funciona fatal a nivel térmico y de mala calidad constructiva. Creo que esto forma parte de la cultura de “usar y tirar”, en la que aún estamos. No existe una cultura de mantener ni con nuestros objetos cotidianos ni con nuestras viviendas. Una vivienda debería durar el máximo tiempo posible, tanto por el coste económico que supone en la vida de una persona, como por el volumen de materiales y recursos energéticos que se han empleado en su construcción. Por eso es fundamental el papel de la rehabilitación.

Interior de una de las obras realizada por ArktPlus.

¿Crees que es sostenible el actual modelo urbano?

Este modelo de urbanismo de ciudad extensa viene de la cultura norte-americana, de los años cincuenta. Planteaba casitas unifamiliares a las que llegabas en coche, donde la mujer se quedaba en casa y el marido se marchaba a trabajar. Ese culto al coche, la dependencia del automóvil privado, no es nada resiliente ante el panorama que se avecina. Los últimos años hemos planificado el crecimiento de las ciudades contando con un petróleo barato e ilimitado. Es posible que tengamos que replantearnos la viabilidad de ese urbanismo.

Que una persona sola se desplace en un vehículo de más de una tonelada de peso, es un despilfarro. Y no parece que los coches eléctricos sean la solución. Se subvenciona el coche eléctrico suponiendo que, tarde o temprano, toda la gente cambiará su coche de combustible por uno que funcione con baterías eléctricas. Pero científicas como Alicia Valero advierten que no va a ser así, porque no va a haber suficiente litio ni otras materias primas para fabricar tantos automóviles.

Yo defiendo que parte de la solución es un urbanismo diferente. A día de hoy se sigue construyendo a costa de ir consumiendo cada vez más territorio, obligando a la gente a depender del coche privado. Cuanto más dispersa es una ciudad, más difícil es organizar un transporte colectivo o una red de suministros eficiente. Necesitamos recuperar el urbanismo compacto tradicional de nuestras latitudes.

¿Cómo se puede mejorar la eficiencia energética de una vivienda ya construida?

Partir de un edificio que ya existe supone ciertas limitaciones. La casa es la que es. Si trabajas con comunidades de propietarios, es mejor actuar desde el exterior del edificio. Yo como arquitecta me dedico a mejorar la eficiencia energética de los edificios, pero también a ofrecer asistencia técnica a las administraciones públicas, para ayudarles a poner en marcha sus políticas en este sentido. La rehabilitación energética permite utilizar técnicas “Passivhaus” como el aislamiento de fachadas y cubiertas, y cambiar las carpinterías por otras de altas prestaciones. Esto puede suponer ahorros energéticos de hasta el 90 por ciento de la parte de la factura que va destinada a climatización (calefacción y refrigeración). Esta es la importancia de las medidas pasivas.

Respecto a las medidas activas, tenemos que ir a sistemas más eficientes, pero lo primero debería ser reducir el consumoy no centrarnos sólo en poner placas fotovoltaicas, por ejemplo. Nuestros antepasados sabían perfectamente cómo funcionaban las casas. Tendemos a ignorar cosas tan sensatas como la forma de mantener la casa fresca en las horas de más calor. Lo verdaderamente eficiente, en la época cálida, es abrir las ventanas por la noche para refrescar la casa y mantenerlas cerradas durante el día para evitar que se caliente. Pero se tiende a abusar del aire acondicionado. Debemos reaprender cómo funciona el clima. Comportamientos adecuados son cerrar las persianas en verano para evitar que penetre el sol y caliente el interior, y abrirlas en invierno para que entren los rayos solares y calienten la casa. En sitios donde hay una tremenda insolación en verano, es imprescindible que las fachadas sean blancas o de colores claros, como ya se hacía antiguamente encalando las paredes exteriores de las casas.

detalle de una de las obras de rehabilitación realizadas por Laura García Fernández

¿Cómo podemos reducir, desde la arquitectura centrada en la rehabilitación, el impacto ambiental de la construcción?

Cuando se rehabilita una casa, para bien o para mal, hay una serie de materiales que ya están puestos ahí. Ya han sido fabricados y su CO2 embebido ya ha sido emitido. Por lo que, si alargamos la vida útil de estos materiales, no volvemos a emitirlo. Cuando se habla de arquitectura sostenible, le ponemos esa etiqueta porque está construida con madera, consume poco en climatización, los materiales son naturales o tienen bajo impacto, etc., pero no deja de ser un edificio nuevo que quizás no sea necesario construir.

Yo planteo, por ejemplo, si podemos cultivar suficientes árboles en el mundo para sustituir el hormigón por la madera. Además, un material natural, por bueno que sea, genera impacto, desde su extracción, procesado, transporte, y en la propia obra. Lo más sostenible sería alargar la vida de las viviendas ya construidas y dar nuevos usos a edificios públicos o industriales en desuso.

Como vamos hacia una escasez de materiales, se están empezando a ver los edificios como banco de materiales, considerando su reaprovechamiento. En un edificio ya construido hay muchísimos recursos y una cantidad de energía embebida en los materiales. Hacemos mejor uso de esa energía ya consumida si, en lugar de demolerlo, alargamos su vida. Además, así retrasamos la generación de residuos y rompemos el ciclo de usar y tirar del que hablábamos. El único argumento válido para demoler un edificio es que tenga un daño estructural grave que no pueda ser reparado, porque entonces está claro que no hay nada que hacer. Pero si no existe ese daño, puede “reutilizarse”: redistribuir los espacios, cambiar su uso, mejorar su eficiencia energética, etc.

La actividad económica contempla la construcción de edificios nuevos porque la plusvalía está en el suelo y no tanto en la construcción. Por eso el sector está siendo muy reticente a rehabilitar. Hay intereses económicos vinculados a la promoción que no existen en el caso de la rehabilitación.

Te defines también como arquitecta con perspectiva feminista. ¿Cómo practicas esa perspectiva en tu trabajo?

Hay cuestiones que tienen que ver con el género en las viviendas, que tengo en cuenta especialmente cuando mi cliente tiene esa sensibilidad. Me formé en Barcelona en urbanismo con perspectiva de género. También participé en el grupo feminista Figa de Pic. Es algo que tengo interiorizado, y esa parte de los cuidados la tengo muy presente en el trato con el cliente y en el diseño de las viviendas, que la gente suele recibir bien.

La arquitectura responde a ciertas jerarquías sociales que se reflejan en sus espacios. Si una cocina, estancia en la que tradicionalmente pasaba la mayor parte del tiempo la mujer, es pequeña, difícilmente va a cocinar más que una persona. Para mí, la cocina debería ocupar un lugar más central. Si lo que quieres es generar un clima de corresponsabilidad en el cual cocinar de forma colaborativa, necesitamos cocinas más amplias, agradables y luminosas. También pienso que las habitaciones de los niños no tienen por qué ser más pequeñas o peores que las de los padres. Para mí, la perspectiva de los cuidados y la de la sostenibilidad están bastante alineadas. El ecofeminismo es un referente para mi.

Laura García Fernández, durante una charla

¿Caben más casas nuevas en Ibiza?

En Ibiza creo que vivimos un engaño. Siempre ha habido casas payesas en el campo, como puede haberlas en Galicia o en Asturias. Lo que pasa es que en Ibiza, esa estructura ha dejado de estar vinculada a una explotación agraria. Se ha aplicado una política, desde los años 70, de que todo aquel que dispusiera de un terreno pudiera construirse una casa. Posteriormente se ha pasado a permitir vender a quien lo está demandando para construirse una segunda residencia. Todo esto está planificado. Se ha permitido construir en suelo rústico casas de hasta 500 metros cuadrados (aunque desde hace pocos años esa limitación es de 300 m2). Ha habido una intención muy clara para promocionar Ibiza como un lugarexclusivo, de viviendas de lujo, permitiendo la desvinculación de la casa con la actividad agraria. El resultado es un territorio salpicado de casas de residentes, casas estivales y villas de alto standing, con la dificultad que conlleva, entre otras cosas, dar servicio de transporte público a una población tan dispersa.

Exterior de una de las obras de rehabilitación del estudio de arquitectura ArktPlus en Ibiza.

Y en este contexto de cambio climático, ¿cuál es la situación actual de la isla?

En Ibiza, como en las otras islas Baleares, tenemos sobre todo un problema de falta de recursos hídricos, que están muy deteriorados por su mal uso y la falta de control. Se ha permitido construir demasiado y se han sobreexplotado los pozos, cuyos acuíferos están agotados y salinizados por el filtrado del agua de mar. Se ha permitido construir sin límite y ahora la isla no tiene mucha más actividad económica que el turismo y la especulación del suelo. Hay casas muy grandes con consumos de agua exagerados, con césped, con piscina, que se disfrutan solo unas pocas semanas al año. Medioambientalmente, no tiene sentido.

Ahora se está empezando a poner coto a eso, en parte. También se está consiguiendo más agua a través de las desoladoras, aunque su coste energético es muy elevado y genera residuos, y un escenario de declive energético nos podría dejar sin agua de boca. En una isla con escasez de agua, debería priorizarse la captación, la reutilización y el reciclaje de la misma.

El principio básico es el mismo: reducir el consumo, considerar el agua y la energía como bienes valiosos que no podemos despilfarrar. Rehabilitación frente a la obra nueva si no es imprescindible; cuidar y alargar la vida de los objetos frente al consumismo exacerbado.

PARA MÁS INFORMACIÓN:

Web de ArktPlus

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